Ciudad de México, 23 de mayo de 2025 – No llegó a pedir permiso. Llegó a hacer lo que había que hacer. Ocho meses después, la figura de Circe Camacho no se parece a la de una alcaldesa tradicional. No posa, no decora, no administra migajas. Interviene. Corrige. Reconstruye. Donde otros aprendieron a sobrevivir en el pantano, ella eligió drenarlo.
Su reciente comparecencia ante el Congreso capitalino no fue un acto burocrático ni una celebración autocomplaciente. Fue una pieza política quirúrgica. Llegó con datos, sí, pero también con una narrativa: la de una Xochimilco que no podía esperar más. Y no habló para convencer: habló porque hay hechos que ya no necesitan adornos.
La escena fue elocuente. Diputadas y diputados de todas las bancadas, desde el PAN hasta Movimiento Ciudadano, pasando por el PRI y Morena, coincidieron en algo inusual: en Xochimilco, por fin se está gobernando. No “prometiendo gobernar”, no “posando para gobernar”. Gobernando en el sentido más complejo y valiente del verbo: enfrentar estructuras oxidadas, romper pactos de impunidad y asumir costos.
“Xochimilco fue la alcaldía peor gobernada de la ciudad”, soltó el diputado Royfid Torres sin eufemismos. Nadie lo contradijo. Porque es cierto. Porque por años, esa demarcación fue símbolo de lo que pasa cuando el poder se usa para sí mismo y no para la gente. Camacho no lo dijo, pero su gestión lo desmiente cada día.
Calles despejadas. Comerciantes integrados. Eventos nocivos cancelados. Auditorías abiertas. Dinero malversado expuesto. En ocho meses. Mientras tanto, su antecesor pasó tres años repitiendo excusas. El contraste no necesita subrayados.
A diferencia de quienes piensan que gobernar es resistir el desgaste, Camacho parece moverse en otra lógica: la del desgaste necesario. El que viene con tocar intereses, con cuestionar lo heredado, con no acomodarse. No hay gobernabilidad sin ruptura previa, parece decir cada una de sus acciones.
Quienes conocen Xochimilco saben que no es un cargo sencillo. Es un campo minado de liderazgos informales, clientelas históricas, expectativas traicionadas y urgencias eternas. Alejandro Carbajal lo recordó en tribuna: “Gobernar ahí no es para cualquiera”. Por eso el cambio no pasa desapercibido. Porque lo que está ocurriendo no es una transición: es una irrupción.
Incluso las críticas se dijeron con respeto. Omar García Loria cuestionó ciertos proyectos, pero sin descalificaciones. Porque cuando el piso se endereza, el tono también cambia. Porque hay algo en la manera en que esta administración se planta que impide el ataque fácil. Porque frente a la ética del resultado, sobran los adjetivos.
Quizá por eso, su administración no necesita slogans. Porque está escribiendo una narrativa más poderosa que cualquier campaña: la de una comunidad que empieza a creerse, otra vez, merecedora de un gobierno decente. La de una alcaldesa que no habla de transformación: la ejecuta.
Camacho no solo está gobernando una alcaldía. Está ensayando una forma distinta de ejercer el poder en la ciudad. Y en un país donde las formas suelen devorarse el fondo, eso ya es una revolución.
